10 Poemas de Alejandro Concha M.

Poemas incluidos en esta selección:

1. Recolectores de carbón (inédito) -Tríptico Poemas carboníferos.
2. Agar en el desierto -(2022) Los errores de nuestros padres.
3. Caliche -(2022) Los errores de nuestros padres.
4. Mitología personal -(2022) Los errores de nuestros padres.
5. Autobiografía a los 23 -(2022) Los errores de nuestros padres.
6. Costuras de la mujer rota -(2022) Los errores de nuestros padres.
7. Nuestros escombros -(2017) Estirpe.
8. La memoria venidera, fragmentos 2, 5, 7 y 9 -(2023) Color a historia.
9. Hijos de la ceniza -(2017) Estirpe.
10. Mi ciudad es la que llueve -(2023) Antología Desde Valparaíso veo el sol.



RECOLECTORES DE CARBÓN

Aún atesoran las viejas costumbres
aunque cada vez sean menos.
Aún hay quienes sumergen los pies hasta el fondo
para rescatar las piedras que la corriente lleva.

Esta playa es una noche larga y fría,
las hogueras siembran la arena
hasta que el día revela sus cuerpos sobre la costa
como carbones consumidos de rostros indistinguibles.

Arriba un aguilucho mira y los queltehues pregonan lluvia,
abajo recreamos la historia y calentamos la oreja
en el pecho de los nuestros
para oír la unísona respiración.

Mira los tobillos en el agua:
¿oyes afilar las navajas o hundirse los chinchorros?
Percibirás la risa de los tuyos
que se nos dio por un breve momento
para dar cuenta de la vida y su ternura.

Mi aire como el tuyo bajará con la marea,
pero a nuestra diferencia, el océano no se cansará jamás;
seremos piernas envejecidas, arrugadas en la humedad,
arrastradas con el breve don del fuego y su silueta
en el cauce de tu sangre; que es tuya y nuestra
y camino de todos tus viejos.

Esta noche es una playa larga y fría,
vienes y yo marcho.

Nuestras redes y dedos jamás atraparán las aguas,
pero en ese sorbo de sales que levantas a tu frente
llevas contigo la memoria, y somos piedras
en la genealogía del mar.



AGAR EN EL DESIERTO

Será nuestro pago por tener
un dios que no sabe de orígenes.
Puedo escuchar al fondo de tu voz
el miedo que te repta, me sabe a pan añejo
a hogaza de barro, a tierra en los labios,
dientes que muerden con pena y resentimiento
el odre estéril. Hombre,
estos brazos te afirmaron, estos pechos
leches hicieron tuyas, estas piernas
caminaron bajo la navaja del desierto
sin frontera, espejismo o llave
para abrir los postigos del agua sobre la sed.

Una que perdió la humedad por besarte en la frente,
que puso piedras en tus pies de barro
para no verte de rodillas ante tus opresores,
            le toca cada azote.

Y mientras más te haces fuerte, más me agrieto,
y mientras la noche avanza sin volver la vista
me petrifico, como mueble dejado al polvo,
la memoria vertida hierve sobre el quiste
y los huesos que alguna vez fueron tus huesos
tiemblan incapaces de sostenerse.

Pichón de lodo abrigado en mi garganta
dejará de latir, aunque no quiera soltar tu mano.
Espero con el gemido de mi última vertiente
que jamás te falte un hombro
            donde llorar.



CALICHE

Abandonaré la ciudad,
abandonaré, abandonaré, abandonaré.
Y no acabaré de irme,
no acabarás de soltarme.
Irán mis zapatos y en la frontera
algo quedará también de mí, hundido
en los arenales del norte.
Llevaré el cobre de tus hombros
acuñado en mis labios,
en ellos la pampa se abrirá,
como manos, caliche, tu seña,
como brote de malvilla en el desierto.
Verán quienes vengan a recibirme
que en mis ojos moras, tamarugo,
hasta en la punta de mis cabellos
            tu calma.
En el desarraigo serás
mi única resistencia.



MITOLOGÍA PERSONAL

Lo importante es que en la calle que lleve mi nombre
a nadie lo sorprenda la desgracia
Izet Sarajlic

En la raíz de este cerro al cual te traigo
corre la sangre de Donatila,
madre de las piedras, abuela de la fiebre.

Marchita la conocí,
una hoja de natre sobre sí misma consumida
de limadura de tela y de tiempo,
en una foto donde apenas si la distingo.

Sobre ella se encementaron las calles
que llevan del campo al centro;
y aunque sus ojos tierra nunca vi,
y hasta desconozco el rastrillo de su voz,
a veces me siento sembrado en su pupila,
y por un instante, aunque sea imaginariamente,
percibo el olor de la lluvia arrullar las veredas.

A donde veo, te veo, bisabuela,
tal como descubro en el agua turbia el musgo
que enternece el desamparo de las rocas.
Las casas te ignoran, es cierto, pero como Izet
busco paisaje donde escribir tu memoria.
Ojalá nadie perturbe mi búsqueda,
la construcción de una mitología personal.

La historia de América latina
es la historia de nuestras abuelas.
Preservación de tela y la amargura
son tus trajes, Donatila, los tomo,
hijos de una época de hierro y miseria.

Serás una balada en el terror de este libro;
y entre todas las pesadillas, también el carbón
que se mete en mis pies cuando entro al mar.

Toda una época se deshace en nuestras manos,
mi único deseo
es no perpetuar la ingratitud.



AUTOBIOGRAFÍA A LOS 23

En este suelo que no germina
hermano, he derramado de tu sangre
para que aquí carezca también la rabia, el enojo.
No hay ternura que acreciente las aguas
humedezca mis heridas sin cicatrizar;
erosión de tierra fértil —joven promesa—, Abel.

Jamás advertí ademán siquiera
que te pudiera en su momento prevenir
del paso de los lobos.

Por eso te arrojo estas migas, donde ya no hay pan.
Así, si algo fluye de tu resto apolillado
de tu cariño residual, de tus ojos sin su llama,
sea la calma conveniente para vagar por el desierto
cuando tu pena sea mi única procesión.

Me arrepiento también de tantas cosas:
mira mis manos, mi frente castigada,
mírame asentir con negación.
¿Soy acaso el protector de tus espaldas?

A la hora del delito
nadie asume la culpa
y mi guerra exige cesar.

La tierra se hace amplia y donde camine
cargaré en mi lengua tu lastre,
tu rostro, una carcasa rota
donde alguna vez pude
            pertenecer.



COSTURAS DE LA MUJER ROTA

A la altura de la garganta
el puño
acomoda sus plumas,
se ovilla en el hueco.

La cabeza llevo
repleta de ideas mentirosas.
No hay manera de espantarse,
desatarse del pecho la sutura,
clavar aguja a la piel
con pretensión de reconciliar
carne con carne,
en visceral ejercicio de modista.

He conocido personas capaces
de cargar cruces atadas al cuello
toda la vida,
sin miedo a ser descubiertas,
sin percibir ese frío
terror que yo siento
al sostener las lágrimas con ambas manos;
de enfrentarse a la pena vertiginosa
de haber parido
algo muy similar a un espejo
(y para ellas lo es todo:
vivir en oscilación
con la desnudes de Eva,
esconderse del espasmo
tras las cortinas).

Una, sin embargo,
receptora de un destino
que apenas se atreve a descifrar;
se husmea en las hojas del diario de la madre
y espía entre sus vestidos,
e intenta meter en ellos
el cuerpecillo adolescente,
consolarse con arrullos
autoinfligidos;
asumirse en el rol
de ser la fuerte,
dar el cuerpo para sostener
el temblor de las muñecas;

mientras escupes del estómago
los gorrioncitos muertos,
moviendo sus patitas desmayadas,
acariciando el deseo en sus párpados violáceos
de verlos salir a jugar,
de imaginarlos
colorear la casa.



NUESTROS ESCOMBROS

Constantemente visito tus escombros
y hallo en ellos una voz moribunda.
Parecieran tus huesos hablarme
comentarme del camino largo
de la huella polvorosa.
Una voz nítida corriendo:
un eco poblando tu desolación,
me narra batallas perdidas
de mártires crucificados;
ídolos… héroes…
y nada que pueda decir.
Nada.
No hay nada para excusarnos.

Constantemente visito tus escombros
y hallo en ellos un arrepentimiento criminal.



LA MEMORIA VENIDERA

II
Por favor, no manches el luto,
acércate con respeto.
Los escombros en todas partes
delatan el paso de la lucha.

Como el niño que luego de la guerra
escarba las ruinas de su hogar
y grita el nombre de sus abuelos;
hago crecer la hierba alrededor
de esta lápida sin nombre,
de este Goliat devastado.

No le pidas más de lo que es
todos merecemos volver al polvo,
todos buscamos que la madre natura
nos haga un lugar en su justicia,
todos peleamos por un sitio
donde extender los brazos;

y que la historia nos mire,
y que nuestra vejez descanse.


V
... y ahora.
¿Qué custodia el hombre parido por el mar
que se alza con la hermana roca entre los dedos?

—El pan —dirá su padre,
(se le ha dado por pan la piedra).
—El vino —dirá su mujer,
(se le ha dado por vino la piedra).
—El aceite —dirán sus hijos,
(por aceite se le ha dado la piedra).

Se le oye carcajear por el pique de su garganta.
Se angustia como presión de la mina
contra la fortificación del pecho.
Hierve la locomotora roja de sus venas,
de sus músculos cansados,
de su frente humedecida de aguantar la marcha,
de sus manos acalambradas de sostener el metal de la luz.
Despojado de nada más y barrenado de silicosis
dormirá en túneles similares a los que hirieron.

... y ahora; esa figura sobre su cabeza,
¿qué protege? ¿O a quién protege?


VII
            Es verdad que las definiciones
no siempre registran
la historia de las palabras.
            Ocurre lo mismo con la pintura
o la fotografía —cuando piensa
haber cristalizado la luz mariposa.

            Dígase lo mismo de la escultura:
¿qué puede decirnos esa boca hierática?
¿qué testimoniarán esos ojos que no miran?
¿A quién prestará su llama
la antorcha de los faunos?
(Si aquí el fuego siempre provino de la humedad).

            Nada.
Pero allí están, sin decir
queriendo decirnos algo;
las palabras con su historia
arden al interior de nuestro abandono.

            «El poder es un rostro cruel
            que observa el declive
            sin mostrar gesto».

IX
La gran madre chinchorrera, la luguera
cuyas piernas a diario son arañadas de grava,
envejece por el frío en su rodilla.
Hay quienes han hecho del hielo su casa
y cuando la violencia de la ola no arroja más,
les escupe como troncos de árboles carbonizados.
El desprecio y el sereno suben por los tobillos,
aprietan el nudo de la respiración.
La playa se achina de poros,
delatan el paso del viento que todo espanta.
Esta ciudad
se repleta en espumas de tosca
donde van a dar las pancoras
y donde esperan las gaviotas a pelear
los últimos vestigios de su carne.
No vayamos a ser
como el desprecio del mar,
que no seamos también nosotros los ingratos.


HIJOS DE LA CENIZA

Quiero que cuando veas el claro de luz
no te ciegues
y recuerdes que hubo un momento 
en el que también fuiste oscuridad.

Esta ceniza ciñendo nuestros pies
como los esqueléticos árboles 
son el vestigio del fuego,
las famélicas figuras de metal
es lo que fuimos.

Hijo, quiero que entiendas tu poderosa flama
como el elemento vivo
adoleciendo en la desazón
y fluyendo en la expansión de tu existencia.

Y quiero que al ver el camino futuro
reconozcas en ti
los carbones consumados del sendero.

Fuimos tomados, levantados
y tirados al fuego;
cortados de la infancia,
quemados en la adultez,
arrojados a la consternación.

Seremos la ceniza, 
nos soplará el viento,
pero aun por dentro 
no dejaremos de arder.


MI CIUDAD ES LA QUE LLUEVE

Maira, 58 años, migrante venezolana.
Calle abajo y sobre adoquines me cuenta 
de cuando del aeropuerto de Santiago 
no le dejaban pasar. 

  Llegó un día de julio de hace tres,
«yo también nací en julio».
Le costó tener hijos —me confesaba—,
y esperaba a que el hambre marcada en su mandíbula
no enfriara los huesos de su niña 
ni tomara la gripe con la que tanto metieron susto
cuando llegó a este país.

«Tuve que ordenar mi suerte, salir de casa,
buscarme la vida en este país lluvioso.
Pero igual se me afiebró la niña 
no familiarizada al frío,
ahí debimos venirnos a Valparaíso 
que me recogió del sur». 

  Maira extraña el hogar y esquiva la lágrima 
como quien capea el clima 
y los autos que destrozan los pozos.

  Nos despedimos en el terminal y más tarde
nacería otra vez yo en mi ciudad, y otra vez en julio, 
otra vez en Lota cuyos cerros se parecen a Valparaíso.
 
Hay una ciudad afuera y dicen que es la mía:
«Mi ciudad es la que llueve» —escribo,
mientras los centros turísticos se llenan de visitantes.

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Alejandro Concha M.
(Lota, Chile, 1995)
Escritor y editor literario nacido en Lota, Chile, 1995. Ha publicado los libros: Estirpe (2017), Los errores de nuestros padres (2022) y Color a historia (junto al artista plástico Jorge Torres, 2023). Es Fundador del Movimiento artístico «La Balandra Poética» y organizador del Encuentro Poético internacional «Pájaros Errantes». Preside la Agrupación literaria «Pájaro Libro». Parte de su obra fue seleccionada para Diálogos en Movimiento del Plan nacional de la lectura en 2023. Se desempeña como monitor y mediador en el programa Educación poética para Chile y del programa de Educación en patrimonio cultural infanto juvenil. Es socio de la Agrupación de escritores «Compuerta Número 12», allí edita la revista literaria El Candil. Fue jurado del XV concurso literario Gonzalo Rojas Pizarro categoría poesía; del Premio Plaquette de poesía Ergo en Perú; y del Concurso 100 cuentos para Baldomero de Fundación Cepas. Traducido parcialmente al inglés y al italiano. Poemas, cuentos, artículos y ensayos de su autoría han sido publicados en Chile y Latinoamérica.



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