Reflexiones en torno a la escritura minera: prólogo al libro "Nuestra historia es nuestra memoria" de Miguel Elizalde González


Pabellones 22 y 23 de Lota Alto, 1950.-
Pabellones 22 y 23 de Lota Alto, 1950.- 

~ por Alejandro Concha M .~

Prólogo del libro: Nuestra historia es nuestra memoria, Miguel Elizalde Gonzalez.


 Desde la publicación de Un paseo a Lota de Martín Palma en 1864, es difícil llegar a un número exacto de títulos que conforman la tradición narrativa de nuestro territorio. Pasando por SubTerra de Baldomero Lillo (fundamental para entender la realidad de la cuenca carbonífera a finales del siglo XIX), o por Juan Sánchez Guerrero y su novela Hijo de las piedras (Zig-zag, 1962), se ha ido forjando al rededor del nuestros pueblos una mítica que nos envuelve, ligada al sindicalismo y la industrialización; míticas amenazadas por el cierre de las actividades carboníferas en 1995 y 1997.

Personalmente me atrevería a decir que desde el libro compilado por la poeta María Esther Pradenas: Sudor Herido (Ediciones Rumbo, 1995), ya existía en las inquietudes literarias de nuestros coterráneos, una necesidad por reivindicar la épica minera, exigir un “trocito” en los montones de libros que tanto parecen decir sobre nosotros. Comienza aquí una larga y variada lista de publicaciones alentadas por la ardua tarea del rescate de lo oral a lo escrito.

Al margen de la academia, libros como Historias Locales de Lota de Carlos Lizama, El niño que vive en mí de Rigoberto Acosta Molinet, Umbrales de Patricia Avilés Martínez o Puchoco Schwager la magia del carbón de Palmira Ramos, exigen un espacio de reconocimiento y se convierten en testigos infaltables para construir una narrativa colectiva en torno a la identidad del golfo. Esto es crucial en tiempos de ruinas, desapegos y desmanes; frente a la amenaza palpable del óxido y la grieta, esta imagen de la ciudad antigua, que se diluye bajo el agua y la ceniza, nos arroja a un anonimato inminente, un espacio en blanco en todos nuestros libros, donde se alza necesaria una rectificación de la memoria.

Así mismo, resulta interesante subrayar un fenómeno particular presente en la escritura emergida de “la nostalgia carbonífera”; esta, lejos de plantarse en un terreno acotado en la idealización del pasado (situación recurrente de los melancólicos), asume sus matices sin mayor complejo. Así es como encontramos en estos textos una percepción noble de la historia; dolorosa, a veces precaria, llena de sufrimientos y risas, tan oscura como la raíz que alimentó la industria, tan luminosa como la sonrisa del niño que juega afuera del pabellón. La voz de quien rescata el relato de sus propias memorias, cobra un tono valórico que, sin sentar cátedra, tiene claro sus objetivos: conmover a los más jóvenes y preservar la biografía de lo antiguo.

Este libro aborda la historia de nuestros pueblos desde distintas distancias, algunas rosan lo íntimo, mientras que otras tienen la perspectiva del tiempo. Bajo la carcoma del turismo económico, que aunque necesario, cercena las identidades, Miguel Elizalde González, minero de 88 años, exdirigente sindical y autor hasta la fecha de 3 exitosos libros, siente la responsabilidad de dejar “algo más que sólo carbón a las futuras generaciones”, de reflexionar los momentos de crisis, revivir los de felicidad, pero también de sincerarse,  asumir el llanto y la emoción en el acto catártico de la escritura, tanto para él mismo como para nosotros, sus lectores.

Este documento, publicado con absoluta honestidad, es el traspaso de un testimonio heredado en esta carrera a contra reloj, por ello es tan necesario, porque palpita, porque es real a pesar del tiempo (lo digo como joven y escritor).

Es difícil concebir la puesta en valor del patrimonio minero sin la voz de sus propios habitantes y, sin duda, tal como los libros aludidos en esta breve reseña, (y como muchos otros que no mencioné), llega con toda humildad a aportar en la construcción del anecdotario autobiográfico de nuestras ciudades.  Queda mucho trabajo por hacer, y tal como explica don Miguel, hay que sentarse a meditar, sacar lo bueno sin omitir lo malo, revisar la identidad del Lota que queremos erigir.

Agradecer la amabilidad de don Miguel por todas sus conversaciones y por permitirme trabajar en este, su tercer libro. Compartimos la esperanza intergeneracional de ver un pueblo distinto, que no reniegue de su pasado, que entienda que quienes miran hacia atrás, son quienes mejor comprenden hacia dónde debe apuntar nuestro futuro.

Alejandro Concha M.
En Lota, primero de abril de 2019.-


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