Tres notas para la lectura de «Labrado en Piedra» de Alfredo O. Torres



~ por Alejandro Concha M .~

Prólogo del libro: Labrado en Piedra, Alfredo O. Torres, 2019.


[ X ]

Cuando leo «Labrado en Piedra», pienso en cómo somos una suma de circunstancias: el conjunto de vivencias que nos toca enfrentar y que en el azar de nuestro tránsito moldean nuestras conductas. Sabemos que nuestra identidad existe incluso antes del nacimiento, que nuestros comportamientos se cifran según nuestro contexto físico y temporal.

El contexto escogido para este poemario es Lebu, ciudad puerto enfrentada al vendaval vertiginoso del desaparecer, una elección acertada para este ejercicio de auto decodificación escrita, pues desde una perspectiva cultural, es en el mar donde se edifica el imaginario de las ciudades al sur del Bio-Bío, de allí se contempla el pasado a través del carbón submarino, pero también se ambiciona el futuro; el puerto es para el turismo una entrada económica y el lugar de donde proviene el alimento por medio de la pesca. 

Lo primero que encontramos es un hablante lírico sumido en un turismo interior. Más que un viajero, aloja un sujeto desplazado de sí que intenta a ratos justificarse: se busca, enfrenta y rinde ante la decadencia de una ciudad-madre-adoptiva y halla pequeños momentos de lucidez donde la consciencia del paisaje se percibe como un insulto que lo vulnera.

Una sola palabra me define: sobreviviente.
Y, sin embargo, nada de eso es cierto. 
Todo Yo falacia. (pp.33)

Frente a esta crisis interna, el paisaje interno es también externo. Se devela la necesidad de lo colectivo: el enfrentamiento al desarraigo de su Lebu, al cual apoda «Lebulia», en un intento por encontrar pertenencia incomodando a la escritura, liberándola a través de la experimentación. Hay mucho dolor por aquí, hay mar, hay sal. Hay luz, y, sobre todo, cuerpos.


[ Y ]

Alfredo bien podría camuflarse entre las trágicas postales del hombre por la industria retratadas por Baldomero Lillo en su mítica Sub Terra, o en la concepción heroica de la casta capitalista de Errazuriz; incluso le sería más cómodo atrincherarse en la visión idealista del movimiento obrero tantas veces explorada en el imaginario nacional.  Pero, en vez de ello, decide sublevarse y encarar, por medio de poemas como “Reyno de Lebu”, al canon narrativo tradicional. 

Lo anterior me hace recordar a Jorge Luis Borges y su ensayo «El escritor argentino y la tradición», donde denuncia una invención literaria alrededor de la identidad popular, una especie de mistificación proveniente del centralismo cultural en crisis durante la década de los 20’. En definitiva, esta decisión abole la caricatura y le da a su discurso mayor profundidad: aquí caben los religiosos, el niño-pez, los personajes que caminan como fantasmas por la plaza.

¡Ah, la ciudad! Llena de modernismos y moles,
de museos de dudosa categoría
de iglesias y cafés literarios.
Se expande como anémona 
para ofrecer casas de niñas a baja tarifa,
de mariconcitos que se ganan la vida 
en el tugurio más escondido (pp. 46-47)

El autor nos remece: hay, al escarbar los restos de comidas después del mercado y los museos de dudosa categoría, una ciudad que no queremos ver por vergüenza, indiferencia o, porque después de todo, es más cómodo hacerse el desentendido. Esa apatía, según el autor, será su destrucción.

Nadie podrá salvarte si no vemos
las señales que se dibujan: 
los signos de tu propia destrucción. (pp.52)

Otra imagen presente es la figura de la ciudad-puerto, una fractura entre el mar y el cielo que en la noche se confunden. El agua, que limpia los recodos de una ciudad contaminada, es también la sabia ansiada por la economía, el fluir de la inconsciencia y finalmente la pureza. 

lo recreo, lo mezo, lo respiro,
tiene pena, 
destila tristeza.
Cuántos nombres de barro olvidados
que barre la escoba del progreso,
alguna vez salvaje y hermoso. (pp.49)

La tristeza “destila”, o sea, se aparta del agua, niega los nombres de los protagonistas. El hablante lo denuncia y va al rescate de un origen orgánico, indígena y quebrantado… cuya alusión se aclara en los siguientes versos:

la lanza que hace años quebraste
quebradas de boldos y pangues, (pp.43)

(...) lávalo en vertiente virgen
donde aún crezcan pangues amargos
y devuélvemelo,
para ver si así logro obtener la residencia
y enraizarme junto a un maqui. (pp.50)

Observo también una gentrificación de la memoria que entrega a la memoria al precio que otorgan las dinámicas de mercado, excluye al individuo de su propio relato y lo obliga a rehuir de su narrativa personal y familiar. La figura de la ciudad puerto pierde lucidez entre el gentío consumista. Su autor va más allá y advierte una cosificación del cuerpo, una enajenación enferma donde los sujetos se humillan sexualmente rebajados a un mero producto de consumo. 

Como marioneta fui de mano en mano,
vi amaneceres nebulosos de alcohol 
volviendo desde la playa. (pp.51) 

¡Vengan a verme ahora
los que se dijeron presentes!
Vengan ahora,
que tengo los bolsillos vacíos
y el cráneo destrozado. (pp.29)


[ Z ]

Hay mucho más por apuntar, pero no es misión mía el desglosar este libro, ni menos dictar cátedra. Creo que esta obra se sustenta a sí misma y es tan vasta en matices que abarcarlos todos es complejo. Tampoco quiero impersonalizarme; me resulta un privilegio presentar este volumen, me une a él una sierpe de carbón mineral. 

Con Alfredo compartimos la reflexión en torno a las inquietudes hereditarias de los territorios, y entendemos que estos son una amplia capa de claroscuros. La interpretación desde una mirada artística (si así se quiere), nos permite acercarnos a espacios donde el turismo normalmente no llega: a la crítica, por ejemplo, a la emoción y la memoria.

Si «Labrado en Piedra» nos refleja, es porque frente a la cultura tecnológica y la sociedad líquida, nos hemos transformado en meros maniquíes de exhibición, cuerpos fáciles de usar y tirar, las ciudades son enormes vitrinas de una cultura falsificada al servicio de un voyerismo mercadotécnico.

Fragmentados, volvemos a las oscuras esquinas de la noche. De pie, desnudos ante espejos que nos muestran tal cual somos, caemos en un onanismo necesario para recomponer nuestra fracasada humanidad. Al final del día somos eso, cáscaras de lepidópteros desechadas, esperando a que, en algún momento, el viento nos vuele de una buena vez.


Alejandro Concha M.
Cerros de Villagrán, a la luz de las barricadas 
octubre de 2019.- 





Con la tecnología de Blogger.