Prólogo a "Todos los castillos son de cartón", de Benedicto Opazo

Arte de la cubierta: Mural pintado por Cristian Flores, uso autorizado por Liceo Baldomero Lillo, Lota Bajo.


La primera lectura que hice a Benedicto Opazo, fue en una antología titulada “Sudor herido”, compilada por la poeta María Ester Pradenas y publicada en 1995 por la editorial Rumbos; al interior de sus negras tapas, una sensación similar al océano descarnado que alguna vez describiría Baldomero Lillo parecía agitarse contra la juventud de mi lectura. Era otra época y al declive de una industria en desmantelamiento, nada más y nada menos que al ocaso de 150 años de historia y tradición, de hablas y costumbres tapiadas por la mano negra de la política, la poesía emergía en un paraje pedregoso de la historia, del fondo de la mina y bajo el mar.

La boca ávida del pique que durante tantos años aplastó con indolencia las espaldas de sus trabajadores, extendía la mano para pagar con hambre y pobreza su peso en la historia política y social de este país. En esta oscuridad inmensa, cuyos límites se encontraban entre la vida y la muerte, ¿qué podría emerger del ruido de los carros y la pedrería? ¿Había allí alguna esperanza para el lenguaje? En la absoluta incertidumbre, probablemente no pensaríamos jamás en un poeta, y no en cualquier poeta, sino uno de un lirismo auténtico, con un mensaje capaz de hablarle a los habitantes de un Chile que se creía hace muchos años superado.

Es esto lo que convierte a los poemas de Benedicto Opazo en un oasis en el desierto de la explotación, porque su palabra, fuertemente azotada por la brutalidad, se abre espacio cual barrena hendida ante el sometimiento y cala la piedra que nos ha disociado de nuestra sensibilidad.

Opazo escribe desde el rumor del agua en las profundidades del socavón, declama con voz de grisú, sus poemas transcurren por estas hojas como pasos de un obrero, lo oímos al fondo del pasillo y salimos como niños a encontrarlo, pero su figura no está allí, en la vereda del pabellón; su exhalación cansada es la voz mullida del oprimido, defensora de su derecho al aire, dispuesta a asumir la vocación social de nutrir el ánimo ante la reyerta.

La anulación de artículos, el uso de imágenes que devienen de la cegadora luz o la más estruendosa oscuridad, sumado a su tono cercano, coloquial, alejado de cualquier artificio de elocuencia, delata una particular panorámica de contrastes.

Sí, la poesía de Benedicto Opazo es un oasis, pero bien hace el poeta en prevenirnos de los peligros tras el espejismo. De allí el nombre de este poemario: “Todos los castillos son de cartón”. Un libro con tal advertencia por título, nos prepara para observar desnudos los hombros lacerados de la vida, cuyas marcas sangran en cada poema. Contingente, pues su poética proviene de un oscilar constante entre la fe y el descreimiento.

Podríamos decir que los versos de este libro se dividen en 3 grandes temáticas: el amor-ágape, la entrega ciega por el ser deseado, sus parabienes y desaveniencias disueltas en la ensoñación; el conflicto humano del silencio de Dios y la fe del siervo; y la rebeldía proletaria, nutrida por la incredulidad hacia el sistema político y sus lógicas de dominio. Todo ello aderezado por el vino, el compartir y deambular por las calles.

En estas tres ramas impera la subversión frente a la ilusión del poder, destacando la vocación en defensa de su libertad, ya sea para amar, creer o rebelarse. De ahí la importancia histórica de la obra de Benedicto Opazo no solo para Lota y Coronel, sino para el mapa literario de Chile; la auténtica poesía obrera de un país minero, con su lucidez visceral, escrito en el rincón más íntimo del territorio.

Alejandro Concha M.
16 de noviembre de 2021.-




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