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Conocí una niña bonita llamada poesía -Prólogo para el libro "Por una educación poética para Chile, 2019"
A modo de prólogo para la antología Por una educación poética para Chile, 2018.
«¿Qué es poesía?»
Buena pregunta: quizás a estas alturas de las páginas ya esté todo dicho, sin embargo, medito en esos tiempos en los que tenía más o menos tu edad.
Fue en esos años cuando comencé a escribir. Algunos textos los escondía por pudor, otros, los presumía una y otra vez como a un juguete nuevo, un artefacto que me permitía decir sin correr el riesgo de mostrar debilidad.
Es difícil, mucho más de lo que aparenta, hallar la herida que supone el primer impulso de escritura, porque hablamos de un proceso personal, el inicio de una formación que no acaba y una manera de percibir la vida.
Podría decirte, por ejemplo, que aprendí a leer a los cuatro, o que la primera vez en que recité un poema en público fue en un acto de la escuela cerca de los ocho. Podría incluso escarbar más, hallar la cinta de cassette que mis papás guardan del día en que comencé a hablar.
Aunque cambiamos, crecemos y aprendemos, la esencia perdura. Deduzco que allí está la clave, en entender que las palabras registran nuestro pensar y nuestro sentir, que en la exquisita sonoridad del lenguaje la realidad se reconstituye.
Pienso en Camila Ríos, por ejemplo, estudiante del Liceo Antonio Salamanca Morales, quien en la búsqueda de la metáfora perfecta para nombrar a la poesía atada en su corazón, escribe:
He viajado y conocido
me he expresado y he aprendido
La música es del alma
y la emoción retumba en mi corazón
Viviré buscándolas
ya que las llevaré siempre
colgadas en la luz de mi lámpara. (p27).
El verso se abre como una puerta a una habitación a oscuras, la lámpara que menciona Camila brilla al fondo y me hace pensar en cómo hemos perdido la capacidad de asombrarnos.
Leo y no puedo dejar de impresionarme con Gedeón Carrasco y su poema «Somos la vida», donde bajo la crítica social reluce una fresca primavera:
Forjado con una manos tan duras como la tierra
con un calor dentro como un llama ardiente
lágrimas tan frágiles como el interminable mar
y una voz atrapada con fuerza de huracán.
El pobre y el rico duermen juntos (p.42).
Tamar Benavente, en su poema «Pequeña inocencia», delata la fragilidad frente a las idas y venidas de un alguien misterioso y familiar.
Mientras más pasa el tiempo
más trivial se me hace todo.
No me he centrado en buscarlo,
pues no sé cuál es el resultado.
Me acuesto con una pisca de esperanza,
lo necesito y lo sé, pero no le doy importancia.
Lento se abre la puerta,
le abrazo sin soltarlo
esperando que esta vez no se vaya de nuevo. (p.34).
Familiares también son las nubes opacas de la termoeléctrica, que bien me recuerdan al poema «Infancia en un paisaje» escrito por Kenia Sanhueza, donde evoca un Iquique lejano, contrastado con la zona de sacrificio que enluta a Coronel.
El aire gris y pesado
no me lo recuerda
La arena fina
no me lo recuerda
El mar opaco
como mis mejillas sin rubor
no me lo recuerda
Hoy cierro los ojos
y estoy en mi Iquique
Me hacen falta sus mares
y perderme en sus colores (p.22)
Como podrás observar, en todos los casos mencionados, hay un vidrio que a la vez de permitirnos ver nos devuelve un reflejo. El misterio en el cuerpo del texto muestra un abanico de posibilidades en un mundo que gira cada vez más hacia la alienación.
Si tuviera otra vez tu edad y me hicieras esa pregunta, te diría que la excusa perfecta para el miedo es la página en blanco. Los jóvenes tenemos un pirata por naturaleza, un temerario enterrado dentro del pecho. El reto de escribir debe ser, por ende, un lanzarse al mar para encontrar al fondo tus propias palabras, sin el miedo de la prueba o el examen, hallar tus propias certezas sobre qué es y qué queremos que sea.
Por eso, la próxima vez que abras un libro o leas un poema, asegúrate de abrir bien la puerta. «Estamos en el ciclo de los nervios» escribió alguna vez Vicente Huidobro, y a medida que perdemos paisaje, la violencia se cuela por los pasadizos del espíritu y nos agobia. Cada vez más encerrados y temerosos, las paredes fisuran la comunicación.
Regálale a la poesía una charla, cuéntale de tus metas y fracasos, hazla parte de tus sueños en la música y en la emoción.
No sé qué es poesía, pero pareciera ser como gustar en secreto de esa niña bonita a la que no te atreves a hablarle, un acto de lucidez en la confusión, una actitud ante la vida, sorprendernos cuando volvemos sobre las hojas del cuaderno y me reconozco allí, aún cuando ya había pasado mucho tiempo.
Alejandro Concha M, 2018.