Artículos
De la pintura a la poesía -Introducción al libro "Color a historia"
Introducción al libro «Color a historia» en coautoría con el artista plástico Jorge Torres
Pintar o escribir en Lota no es fácil. Desde el cierre de las minas en 1997 —punto de inflexión inevitable si lo que queremos es situar este trabajo—, hemos presenciado el continuo deterioro de nuestro patrimonio cultural y la escasez de espacios para el desarrollo de las artes. Las ruinas industriales que proliferan en nuestro entorno se han convertido en metáfora palpable del fin de una época y el registro inequívoco de la fragmentación de nuestra memoria colectiva.
Junto a esto, hacer cultura presenta una preocupante amenaza, característica que a la vez es nuestra mayor fortaleza: el aislamiento histórico y geográfico de la zona del carbón. Si bien se reconoce en Lota un capital cultural valioso para la región y el país, las obras de sus artistas continúan enfrentadas a la doble marginación ejercida por el centralismo de Santiago y Concepción, seguida de la continua utilización de su historia como motor de proyectos académicos y políticos que, muchas veces, en poco retribuyen a la población. El poco interés en conservar y promover la cultura local, ávida de aportar una reflexión profunda acerca de las inquietudes sociales en el Chile del Siglo XXI, ha ido en detrimento de sus artistas, cuyas obras, imposibilitadas de acceder al canon nacional, han sido rezagadas ante el transcurso del tiempo y el olvido.
Lo cierto es que la explotación carbonífera, además de traer consigo un enorme conjunto de avances técnicos, posibilitó a lo largo de los años un creciente interés cultural. La educación y el entretenimiento fruncían un rol preponderante para el paternalismo industrial, puesto que permitía un mejor control sobre la población, a su vez de entregar herramientas que facilitaban poner sobre la mesa cuestions incómodas para el empresariado.
El primer auge intelectual de nuestra ciudad minera ocurre a mediados de la década de 1940, cuando el Casino de Empleados de Lota Alto se convierte en el principal punto de exhibición y encuentro para interesados en las artes visuales. A la continua visita de artistas extranjeros y nacionales, se sumará Osvaldo Barra Cunningham (1926-1999), pintor, escultor y director de la fábrica de porcelana de Lota, cuya carrera lo llevaría a trabajar al lado de Gregorio de la Fuente y Diego Rivera; de su obra, considerada patrimonio histórico de México —país donde falleció—, se conservan dos murales al óleo pintados durante 1947 en el actual salón patrimonial del CFT Lota Arauco. Sin embargo, no sería hasta 1961, cuando las obras lotinas llegarían por primera vez a Concepción en una muestra colectiva titulada “Lota y su arte”, realizada en el salón de exposiciones de la UdeC. Esta consideraría la presencia de un conglomerado de exponentes que irían desde artesanos hasta pintores consagrados. A la cabeza de este suceso estuvieron: Jaime Catalán Baldeyón (1927-2010), refugiado de la guerra civil española y profesor de artes del Liceo de Coronel; Ramón Alister Sáez (1926-1974), pintor, escultor y profesor de la Escuela Matías Cousiño; Boonie Burnster, proveniente de una familia de artistas de Dinamarca refugiados en Lota luego de la 2da Guerra Mundial (madre de la también pintora lotina Naya Bay-Smith); y Luis Muñoz Araos (1931-2011), pintor originario de Pirque, quien desempeñaba labores de ilustración en el departamento de bienestar de la CCIL.
Estas primeras obras, además de surtir como vehículo de denuncia social, manifestaban un especial énfasis puesto en la cultura como forma de ilustración y emancipación del obrero. Ya en esos años también resaltan los motivos patrimoniales, como retratos de trabajadores, huelgas o paisajes. Estos ideales del arte social y su vocación histórica persistirán hasta recuperada la democracia, y se mantendrán vigentes durante el fracaso de la reconversión laboral y el cierre de enacar, con grupos como el Movimiento por el arte del carbón y Plástica 10 (fundados por Jaime Catalán).
Frente a estos antecedentes, es necesario que nos preguntemos hacia dónde nos dirigimos cuando escribimos o pintamos, cuál es nuestra responsabilidad frente a la historia. Por eso la invitación de Jorge al escribir de sus obras me ha significado un desafío en muchos sentidos.
«Color a historia», del pintor Jorge Torres, tuvo su génesis en 2015 y sería expuesta siete años después en el Centro cultural comunitario Pabellón 83. Durante este tiempo entablaríamos una estrecha amistad, que me permitió a la vez conocer su trabajo como muralista y coordinador de talleres comunitarios. La primera cualidad que observé en los cuadros figurativos que componen esta serie, es su capacidad de acudir a lugares del Lota cotidiano, sitios que todo lotino de a pie conoce, lugares que confrontan las postales de la ciudad turística y nos muestran un Lota más humano, un Lota que rara vez nos detenemos a observar, una ciudad que no figura en los reportajes de televisión.
Aunque parezcan una mera representación de edificios o lugares, estas obras son mucho más que fotografías, puesto que, en el movimiento del pincel sobre la tela, podemos ver la danza de trazos que conforman los objetos representados. Esta textura hila un relato dentro de la pintura misma, determina una dirección y un ritmo. La fuerza con la cual el cielo se quebranta en la obra «Teatro Lota» o con la que el agua danza en «Detalle del muelle», da cuenta de la capacidad de síntesis del pintor y su humanidad al tratar a los objetos que aísla del mundo en sus cuadros.
Jorge siempre cita a Rembrandt, cuando dice: «el pintor persigue la línea y el color, pero su fin es la poesía». El fin de Jorge es la poesía, pero también la identidad, el retrato de una época que se apronta desaparecer por medio del óxido, la ruina y la mirada de esculturas que ven pasar el tiempo. Permitirnos escribir y retratar este proceso de descomposición, con ternura, con cuestionamiento y hasta con nostalgia, nos abrirá el camino a la resignificación histórica, necesaria para decir qué errores del pasado debemos corregir.
La palabra es sonido, el silencio es el lienzo blanco sobre el cual decimos o dejamos de decir; cada tono, actitud o temple altera ese espacio. Podemos decir que Torres pinta el silencio a través del agua, de los árboles o los pájaros, que son el fondo escenográfico de sus motivos. Por esto las pinturas y poemas del libro están estructurados como un recorrido, comenzando por las postales ruinosas donde reconocemos fácilmente una materialidad en decadencia, pasando por los monumentos urbanos de la industria y acabando en el océano, playas y caletas. Todo comienza y acaba en el mar: la vida lafkenche, la colonización española, la procesión religiosa, las minas submarinas, el agua que oxida los escombros y, finalmente, el sustento que han significado las innumerables caletas de la bahía.
Los viejos mineros solían decir que cada vez que una tragedia asolaba a Lota, ocurría un terremoto, había una paralización o una escasez, le seguía una varazón de merluzas. De esta manera mágica se suele explicar que el mar siempre estuvo allí para nosotros, como una matriarca anciana que vela por el bienestar de sus hijos.
Esperamos que este libro sea motivo de disfrute y de reflexión a quienes lo lean, pero también un testimonio de nuestro tiempo, de nuestro pensar y nuestro sentir; un ladrillo más a la reconstrucción de los muros derrumbados de nuestra memoria, un relato necesario para leer el pasado y devenir del Chile contemporáneo. Insistimos, porque el olvido es la derrota.
Alejandro Concha M.